Expectativas, todos las tenemos y todos estamos sujetas a estas.
Manejar expectativas todos los días es tan normal como beber aguar y sin embargo muy pocos hacen un buen manejo de estas.
Pocos son quienes definen y comparte claramente sus expectativas al contratar un servicio, comprar un producto o hacer un trato; y muchos menos son los que desde el inicio comparten y definen claramente cuáles son las expectativas que en realidad pueden cumplir.
Es curioso, cuando se inicia una nueva relación, la que sea, de trabajo, comercial, amorosa, amistosa, etc. Todos queremos mostrar la amigable cara de quien todo está dispuesto a dar para que la otra persona sea feliz. En esos momentos, escasos son quienes están dispuestos ser quien le dice a un cliente que lo que está pidiendo y de la forma en la que la está haciendo no es lo que se puede entregar. Todos quieren decirle «al cliente» que sí. Y a la vez casi nadie quiere ser «el ogro» que demanda una alta calidad en los entregables que va a recibir. En ese momento, en pro de agradarse unos a otros toda expectativa real se queda por definir.
Entonces pasa el tiempo, vienen las entregas mal logradas y las promesas no cumplidas a expectativas que nadie se ocupó de aterrizar y definir.
Definir y compartir claramente lo que esperas de otras personas, sea tu pareja, tus hijos, un cliente, un socio o un proveedor, no te convierte en un ogro engreído, exigente y demandante de atención.
Definir y compartir claramente las promesas que en verdad puedes cumplirle a otros y en qué condiciones puedes hacerlo tampoco te hace un mal y apático vendedor o proveedor.
Definir y compartir claramente lo que esperas de otros y lo que estos pueden esperar de ti, talvez no te convierta en el amigo más popular, quizas incluso pueda costarte algún cliente, un «buen negocio» o una relación, pero esas, por no tener claras las expectativas desde un inicio, de todas formas, más temprano que tarde se iban a ir.