Ayer, durante la comida, una querida amiga me contó una breve fábula:
Un día una mujer le prometió a su esposo que prepararía su platillo favorito: Pierna de cerdo al horno, con la receta secreta de su mamá. Siempre que él prometiera acompañarla al mercado a comprar todo lo necesario.Entusiasmado el hombre aceptó. Al día siguiente, de acuerdo a lo planeado, fueron al mercado donde puesto por puesto compraron todos los ingredientes que la famosa receta indicaba. Cuando llegaron a la carnicería la señora le dijo al carnicero: “Me da por favor una pierna de cerdo y le corta 5 centímetros de la parte más ancha por favor.” Extrañado, el marido le preguntó: “¿estás segura de lo que pediste? ¿Quieres que le quiten 5 centímetros de la parte más ancha de la pierna? ¿Por qué?”. A lo que ella simplemente respondió: “claro, así lo dice claramente la receta de mi mamá”, a la vez que le mostraba, con toda la confianza y confort que tener un contrato por escrito da, el papel que, en puño y letra de su mamá, contenía la tan famosa receta.
El esposo no pudo con la duda así que en la primera oportunidad que tuvo, preguntó a la mamá de su esposa por qué la receta decía que había que quitarle 5 centímetros de carne a la parte más ancha de la pierna de cerdo. A lo que ella contesto con similar certeza: “porque así lo indica la receta que me pasó mi propia madre.”. El señor, ahora aún más integrado por esta receta trans-generacional, visitó a la abuela de su esposa con el propósito único de saber por qué su receta secreta indicaba, con tan absoluta claridad, que para preparar su famosa pierna de cerdo había que quitarle 5 centímetros de la parte más ancha de la pierna. La abuela, incrédula ante semejante pregunta, con ternura respondío: “fácil hijo, porque sino se los quito, la pierna de cerdo no cabe en el horno de mi cocina”.
Y tengo que preguntar: ¿Cuántas veces no hemos hecho o dejado de hacer algo porque la receta que nos pasaron considera un ajuste que era, en realidad, específico y único para las condiciones de vida de otra persona?
Siempre hay una receta de vida que queremos seguir.
Con mayor frecuencia que no, seguimos la receta que otros han preparado para nosotros y recorremos el camino que nuestro círculo social ha dado por bueno para nuestra vida. Con buenas intenciones, por costumbre, porque así lo hicieron otras generaciones en tu familia, etc, nos apegamos al instructivo de “cómo tú vida debe ser”, aún sin entender por qué o quién dijo que así tenía que ser.
En otras ocasiones, buscamos la fórmula secreta para “tener una vida exitosa” viendo la vida y obra de otros y pensando que si seguimos su camino podremos, entonces, vivir igual que ellos; olvidando que esa es la vida de otros y que no existe razón alguna por la cual las cosas tengan que funcionar exactamente igual para nosotros.
Algunas veces también, pretendemos dejar la responsabilidad del mapa que habremos seguir, en manos de alguna corporación que nos dicte cuándo, dónde y cómo habremos de seguir dicho mapa.
Y en otras también, de forma aún más trágica, bebemos demasiado de nuestro propio jarabe y formamos una imagen idealista e inflexible de lo que pensamos que nuestra vida debe ser para sentirnos felices.
En un inicio, tener una visión clara del estilo, forma, tipo y nivel de vida que queremos tener es muy bueno pues nos hace responsables de crear, construir y vivir nuestra propia vida. Pero entonces, si no somos cuidadosos y tomamos en cuenta que hay subidas y bajadas, cambios repentinos en nuestro entorno, responsabilidades y compromisos que cumplir, nuestra visión de vida se convierte, peligrosamente, en una obsesión que más pronto que tarde, obstaculiza la realización misma de la visión de vida que hemos definido. Opacando nuestra propia visión y limitando nuestro espacio de acción para movernos y hacer los ajustes necesarios a nuestro recorrido, trazar los nuevos caminos en nuestro mapa, asumir nuevos riesgos y recorrer el camino necesario para construir y vivir la vida que queremos vivir.
Porque no basta con solo soñar y pre-escribir una receta para vivir la vida que queremos tener; necesitamos vivirla con sus bajas y altas, con sus retos y cambios y con los grandes momentos y logros que hacen que todo, al final, valga la pena lo recorrido.