Como enfrentas los problemas hace toda la diferencia.
Puedes lamentarte y culpar a todos y a todo por los problemas que tienes o puedes tomar acción para resolverlos, pero no puedes hacer las dos cosas a la vez.
Puedes señalar todo lo que cada una de las personas a tu alrededor han hecho mal, escondiéndote atrás de tu dedo y del falso consuelo de tu juicio a los demás o puedes asumir tú responsabilidad, entender que has hecho o dejado de hacer tu, para contribuir a crear el problema, pero sobre todo qué puedes hacer para resolverlo.
Puedes ausentarte del problema, exigiendo desde las gradas que otros resuelvan aquello que es tú responsabilidad o puedes crecer y hacerte cargo de la solución.
Puedes gritar, señalar y acusar, haciendo así más grande el problema o puedes tomar un respiro, dar un paso atrás, hacer la preguntas correctas y entender la razón del problema para trazar un plan de acción que ejecutar, paso a paso, de la mano de tu equipo.
Puedes aislarte de todos, echándole el problema encima a otros e ignorando tú responsabilidad y la oportunidad de aprender cómo resolver y evitar futuros problemas; o puedes tomar al toro por los cuernos, tomar acción, hacer tuyo ese aprendizaje y construir una relación mucho más fuerte con tu equipo y con otros más.
Puedes refugiarte y esconder tus carencias o puedes dar la cara y sacar lo mejor de ti.
Ambas alternativas toman la misma cantidad de energía.
Una, la primera, te deja seco , desgastado, enojado y sin energía.
La otra, la segunda, puede que te deje cansado, pero sin duda, al final, estarás tranquilo, en paz y energizado sabiendo que has hecho lo que tenías que hacer.